viernes, 30 de noviembre de 2012

Furricato, pastor lusitano

Furricato nació en algún lugar de la antigua Lusitania, en algún momento del primer tercio del siglo II a. C. (antes de Cristo, del Cristo cristiano, entendámonos; no significa antes de Crespúsculo, ni antes de las Guerras Clon -que en todo caso se escribiría a. G. C. y demostraría que hay seres humanos masculinos a los que el onanismo y la puta Coca-Cola Zero sí ha logrado reblandecer el cerebro. ¡Frikis de mierda!-). Aunque diversos especialistas especulan sobre el origen exacto de nuestro protagonista (es lo que tiene justificar el sueldo con publicaciones, que te dedicas a investigar cualquier mierda), lo cierto es que hoy día resulta imposible averiguar si su madre lo parió en Portugal o en España, entre otras cosas porque las fuentes clásicas no mencionan que portara toalla y condujera temerariamente por las vías romanas o, por el contrario, que hablara a gritos y tuviera opinión propia para cualquier tema.

Podríamos aventurar su posible pertenencia a uno de los cuatro grupos humanos que, tradicionalmente, se dice que poblaban la piel de toro (algún día alguien podrá explicarme de verdad en qué se parece la Península Ibérica a una piel de toro extendida, cuando está claro que tiene la silueta de una señora con hidrocefalia): celtas, iberos, celtíberos o tartesios. Sin embargo, debemos descartar inmediatamente una procedencia tartesia, porque las fuentes dejan bien claro, aunque sea por omisión, que Furricato no recibió una subvención pública a lo largo de toda su vida; algo que va en contra de las tradiciones tartesias documentadas. Por otra parte, en Páramon Jístori nos negamos a calificar su procedencia como ibero, celta o celtíbero porque entonces le estaríamos bailando el agua a los "jachondos" de los griegos, que fueron clasificando a la gente que se fueron encontrando en sus periplos por aquí, según les recibieron de mal: iberos si trataban de robarle la cartera, celtas si trataban de quemarlos vivos y celtíberos si hacían las dos cosas a la vez. Además, que luego todo el mundo se apunta a buscar sus raíces en fantasmadas Made in Greece o Made in Roman Empire, para poder dormir mejor por las noches: los de derechas para justificar su gañanismo con la excusa de que "ya los íberos, un pueblo muy civilizado, hacían corridas de toros, usaban mantilla -como la dama de Baza, la de Elche o la de Fuenlabrada-, y leían el ABC"; los de izquierdas para "desvincularse de eje fascista españolista ibero-romano-medieval, abrazando una cultura de hombres y mujeres altos, rubios, libres y demócratas, que tocaban una música que fusiona con todo, como el flamenco y que, lejos del fanatismo dogmático cristiano, eran amante de las drogas blandas, la ropa holgada y la botellona en el campo"; el celtíbero queda para los meseteños que, tras siglos de habitar en la parte más fea de España y haciendo alarde de gran coherencia política votan al PP por su política social y al PSOE por su liberalismo económico...

De izquierda a derecha: Guerrero celta con vinilo de Loreena McKennitt; ministra de Cultura ibera; alcalde conservador de oppidum celtíbero.

Una jodida falacia todo esto, porque el sentido común nos indica que la Península Ibérica ha estado poblada desde Atapuerca o incluso antes, por un tipo de gentuza cuyo denominador común ha sido la inveterada costumbre de putear al prójimo con la creatividad que, esta vez sí, caracteriza al genuino indígena del solar ibérico. Es posible que hablaran lenguajes distintos, que se recogieran el moño de diversas formas y que compraran las espadas unos en Carrefour y otros en el Hipercor; pero el romano medio no distinguía muy bien entre etnias cuando, medio afligido y medio encabronado, refería a sus compatriotas: "el puto hispano de mierda..., que me ha intentado levantar seis denarios por dos botijos y una flamenca diciendo que eran antiguedades egipcias; ¿es pa invadirlos o no es pa invadirlos?".

Además, queridas lectoras y queridos lectores, sentirse orgulloso de los antepasados celtas es como celebrar, empleando para ello la misma cantidad de neuronas, el hecho distintivo de pertenecer a la "raza latina"... El imperio se inventa un insulto racista y tú te lo cuelgas de tu henchido pecho y se te caen dos lagrimones gordos mientras compadeces al resto de los cinco mil millones de habitantes de la tierra que no comparten tu suerte y tu destino... ¡Ole tus huevos! Eso sí, al igual que sucedía con los mal llamados celtas, en cuanto reúnes en un espacio físico o virtual a dos o más representantes de los distintos pueblos "latinos" (a los del otro lado del charco y a los de aquí, sin distinción oye, que para mí majaderos hay hasta en mi familia), falta tiempo para que se maten unos a otros. De lo cual deduzco que una de las virtudes de la raza latina es la de odiar al resto de latinos, del mismo modo que la mayor diversión de los bárbaros apestosos que, gracias a Júpiter, los romanos lograron someter, era la de decapitarse y quemarse unos a otros.

Latinos: así nos vemos nosotros...


Así nos ven los celtas...

Pero en Páramon Jístori seríamos unos derrotistas indocumentados si no alabásemos la gran herencia cultural de ambos pueblos, el antiguo y el moderno que, por sí mismas, ya servirían de aval para recibir la calificación de etnia: los celtas nos legaron el pantalón, sin el cual, hoy día nadie nos tomaría en serio en las entrevistas de trabajo; la cultura latina, por su parte, nos ha dado los mejores culos femeninos del planeta, sin discusión.


(No, querido heterosexual, aquí no falta una foto de mojinos güenos; ¡¡ESTO ES UN BLOG DE HISTORIA!!).


Si me permiten seguir insistiendo en el tema (y si no, dejen de leer, regresen a Google y vuelvan a teclear Viriato, celta, latino o cualquiera de los términos de búsqueda que les han llevado hasta aquí), el invento del celta tiene un recorrido historiográfico que podemos resumir a continuación.

Todo comenzó una vez producido el relevo de los Austrias por los Borbones en el banquillo de la Roja y desmantelado el exitoso tiki-taka del Imperio Español allá por las postrimerías del XVIII y principios del XIX. No obstante, los historiadores nacionalperiféricos y otros perroflautas sin estudios, adelantan la fecha de la decadencia del fútbol ehpañó un siglo antes, siguiendo a los estudiosos anglosajones que, con la ayuda de Hollywood, cualquier día van a lograr que nos creamos que la época en que todo el mundo apretaba el ojete ante los ropajes negros de las tropas del Caos Católico, no existió jamás. Pero bueno, ustedes pueden creerme a mí o a toda una tradición de expertos nacidos en unas islas del Atlántico donde la gente prefiere estudiar la carrera de Historia por vocación antes que tener que procrear con sus mujeres. De hecho, tanto investigador, tanto Nobel y tanta eminencia y todavía no han descubierto por qué, a pesar de haber disfrutado de un mestizaje similar en cantidad a la del Sur de Europa, han terminado por ser tan feos, coño. ¿La diosa Mórrígan se vengó de ellos por haber perdido contra los romanos? No sé, de verdad.

Bueno, como decía, que en plena desmembración -no voy a caer en el chiste fácil- del Imperio, los amigos luteranos, anglicanos y demás herejes europeos, se percataron de que todo lo que realmente molaba, procedía del Mediterráneo: el pan de trigo blanco, las frutas que te prohíben en las dietas, el tinto de verano... ¡joder, el propio verano!..., y que el pelo negro rizado cubriendo toda la espalda y las patillas de hacha, ponían más brutas a sus gachises que cualquier peluca blanca con coleta. Y es que, así no hay manera de crear un espíritu nacional propio, cojones. Por eso, ante la insoportable comparación, decidieron recurrir a la imagen del cachas rubio, de pelo largo, barbacas y cuernos en el casco; al guerrero celta, valiente, armado y con mala leche, para enfrentarlo al mediterráneo bajito, civilizado, cobarde y haragán. Y así obtuvieron el "Celtic Cani Reloaded".

Luego llegaron los tiempos del "Iglesia KK" y "la Razón mola (no el periódico, ¿eh, amiguitos de la ESO?), que fueron fundamentales en el futuro desarrollo del sentido de la existencia de Enya, Hevia y tantos y tantos músicos alcohólicos irlandeses, a la misma vez que, lamentablemente, impidió que las hermanas de The Corrs se hubieran dedicado al noble oficio del porno y no a cantar chuminadas.

Private Special: Hot Celtics Squirting Blowpipers

No obstante, como hemos señalado más arriba, cuando todo el mundo se sentía ya súpercelta, a base de meter por medio a druidas, dioses, duendes, Arturo, Merlín, Stonehenge y la madre que los parió a todos, aquellos simpáticos poligoneros prerromanos consumidores de sustancias psicotrópicas forestales y amantes de las barbacoas con enemigos derrotados, habían terminado por convertirse en unos hippies de manual, con rastas, mugre y con tías sin sujetador y olor a cebolla de hamburguesa del Burriking.

La salvación iba a llegar entonces de manos de unos canis algo más septentrionales: los pueblos bárbaros germánicos; porque los amigos alemanes no podían presumir de gaitas celtas, pero sí de criaturas humanoides asilvestradas de higiene personal cuestionable. Con lo que todo fue a peor... ¡Ay, querido Robert E. Howard! ¡Si te hubiesen puesto palote los contables con chaqueta y corbata en lugar de los tíos cachas, piratón! Ahora mismo, en lugar del infumable Dungeons & Dragons (TM), jugaríamos a algo más divertido como Salones de Banquetes & Alcobas; en lugar de clonar miles de veces a tu querido Conan, leeríamos entusiasmados la emocionante El stylus civilizado de Narciso el Escriba, y crearíamos maravillosos personajes de nobles rentistas para poder disfrutar de Aristócratas: el juego de rol (futura TM), donde consigue más puntos de experiencia aquel que logra que otros hagan las cosas por él. Además, la juventud escandinava se dejaría de inventar nombres absurdos para nombrar estilos de heavy metal, como si fuesen muebles del catálogo de IKEA y de asesinar a compatriotas; de este modo, Nokia nunca habría perdido la carrera frente a Android.

Afortunadamente, el pasado siglo nos dejó a varias mentes preclaras que rescataron a Europa del la ignorancia oscurantista decimonónica y nos lanzó de nuevo en los brazos de la new age clásica. Estamos hablando de prohombres de la talla de Hitler, Mussolini o Franco (aquí lo de la talla, bueno...). Estas criaturitas se dieron cuenta de que, para molar de verdad en los desfiles, había que recuperar el estandarte de las legiones romanas, con su águila; el saludo romano, con su brazo derecho en alto, como parando un taxi pero más marcial; las antorchas, los fasces, las centurias, la retórica huera, el revisionismo histórico, el antisemitismo, la xenofobia, el invadir y saquear por la jeta, el... Bueno, ya me entendéis... El celta ñoño quedó enterrado durante un par de décadas, hasta el advenimiento de John Ronald Ruelen "England über alles" Tolkien.

-Y digo yo, Günther, ¿no hubiera sido mejor celebrar el encuentro del partido con una batukada y mojitos?
-Querido Jürgen, lo de ser ario solamente al 85% te va a traer problemas algún día...



Ejem, creo que ya se me ha ido bastante la olla... Regresemos con la biografía de nuestro héroe, que es lo que nos ha reunido a todos hoy aquí. Furricato se dedicaba al único oficio viable en la Península Ibérica si no tenías terminado el F.P. y te había pillado el estallido de la burbuja inmobiliaria: Pastor. Con mayúsculas, porque es un oficio de tíos machos, no como el de agricultor. Es obvio, ¿no? Si eres pastor puedes ir guarro todos los días, tener un perro aún más sucio que tú, zumbarte a todas las hembras del rebaño a pelo, sin que se cabreen el resto de ovejas y sin tener que comprometerte con ninguna y, además, puedes comer queso todos los días sin que te llamen mariquita. El curro perfecto, queridos amigos.

Algunos estaréis pensando: "¡Coño! Pastor; como Viriato"... No, queridos, Viriato no era pastor. Furricato sí; Viriato, no. Viriato era el hijo cleptómano de un caudillo lusitano (un cani viejuno retirado), que no le declaró la guerra a Roma como venganza por las injusticia cometidas contra su pueblo, sino porque entraba a robar en el economato romano smartphones, relojes y demás cosas caras de los marines itálicos, para él y sus colegas y un día les pilló el jefe de seguridad, un tal Sulpicio Galba, y se les cayó el pelo. Viriato juró entonces venganza y bla, bla, bla...

Furricato quería ser romano. Era con lo que soñaba entre taquito de queso, rascada de culo y cigarrito postcoital. Soñaba con tener una equipación como la de los legionarios romanos: cota de mallas Adidas, sandalias Nike y gladius de Apple con bluetooth, wifi y aplicaciones molonas como la iTestudo, la Aquilifer GPS Localizator, la Centurio Personal Trainer y el reproductor de podcasts LiveSPQR. Él, como lusitano de clase baja y salario mínimo interprofesional peninsular, a todo lo más que podía aspirar era a las imitaciones que vendían en el mercadillo que los tartesios montaban cada domingo en el pueblo. Todo made in Fenicia, ¡puaj!

-Ahí los tienes, Furricato, escudo, sponsor, lorica hamata CLIMACOOL®... Así da gusto fundar un Imperio, coño...

Ante la imposibilidad económica de adquirir los objetos de sus sueños, Furricato se unió a la banda de Viriato, para poder robarlos. Y al principio todo fue bien, como conocemos por las fuentes históricas: el economato de las legiones asumía las pérdidas y compesaba subiendo los precios y subcontratando en Hispania auxiliares. Viriato y los suyos regresaban a su tierra todos los años con las manos llenas y sus chatis, todas contentas, presumían de marcas de diseñadores italianos. Pero la avaricia choni no conoce límites: los lusitanos eran cada vez más descarados en sus hurtos y a algunos les dio ya por mangar el cobre de las vías romanas. La DGT se cabreó bastante entonces y llenó Hispania de patrullas de la benemérita, con tan buen resultado que las famosas rivalidades entre pijos y canis lusitanos fueron en aumento: a los primeros no les importaba pagar la multa y seguir con las fechorías; los segundos bastante tenían ya con la hipoteca y la letra del León Cupra como para andar aflojándole la guita a los de oliva. Viriato, después de recuperar todos los puntos del carné por medio de un abogado amigo de su viejo, fue traicionado por tres tíos de Osuna que se habían unido a su banda: el Loco, el Shino y el Bengalas (o como se escribía en su idioma original: Audax, Ditalco y Minuro); que lo entregaron en un la puerta de un cuartel de las legiones a cambio de poder pasar la ITV con los faros de xenón y el spoiler sin homologar.

El destino de Furricato, después del conflicto intestino resulta un poco incierto. Hay fuentes que abogan por confirmar su muerte durante la reyerta posterior a la ejecución del líder. Otras, más optimistas, creen que Furricato, habiendo participado en la traición junto a los ursonenses, recibió como recompensa el derecho a ingresar en la cohors equitata Shurmanorum y recibió a cambio la segunda equipación romana que, como siempre, es la que más mola.