A todo el mundo le gustan
los vikingos... Bueno, a todo el mundo no, porque hay por ahí gente lela que se
pone pinocha aprendiéndose los nombres, las funciones y los principales cargos
de las instituciones del Imperio romano, del egipcio, del asirio, del califato
de Bagdad, de la China Qin o de la Iglesia de Roma (en este último caso, si
viviéramos en el mundo de Minority Report, yo mismo me presentaría
voluntario para arrestar al fenómeno o a la fenómena, porque seguro que en
algún momento de su vida cometería horribles asesinatos). Estos seres
subhumanos, que luego acabarán como funcionarios, abogados, jueces,
registradores de la propiedad, notarios, etc., en resumen, como los dueños de
nuestras miserables existencias (porque tarde o temprano tendremos que
encontrarnos con alguno de ellos y padeceremos); nunca esbozaron una dulce
sonrisa de placer ante un casco con cuernos, la esbelta silueta de un drakar,
un hacha danesa o la visión de una aldea saqueada en llamas, personas
evisceradas, mujeres violadas y niños esclavizados.
Lindisfarne, Northumbria, junio de 793, después del primer raid vikingo testimoniado en las Islas Británicas. |
–No, oiga, a mí esto
último no me mola. Además, está haciendo referencia a un tópico manido, creado
por la historiografía cristiana, alimentado por la Ilustración y perpetuado por
los estudiosos más reaccionarios y afectos al sistema. Las nuevas corrientes
en la investigación de humanidades abogan por considerar a las migraciones de
pueblos germano-bálticos como un flujo de personas que, si bien en algún
momento inicial pudo generar tensiones y derivar en conflictos incluso armados,
a medio y largo plazo supuso un proceso mucho mejor engranado de
establecimiento de relaciones a nivel sociocultural y sincrético-religioso, que
no pudo sino contribuir al enriquecimiento del substrato humano paneuropeo...
Sí, claro, y una polla.
Los vikingos eran unos mierdas. No, no eran unos canis. Para ser cani uno debe de haber nacido en un lugar de este planeta donde existan, al menos, dos estaciones claramente diferenciadas. Y esta peña provenía de lugares donde hay nueve meses de crudelísimo invierno y, despúes, tres de frío, nieve, alcohol, depresión y suicidio. Solamente unos tipos que arrastraran una existencia tan miserable podrían inventarse algo como el Valhalla, el Paraíso vikingo, donde vas a pasarte el resto de la eternidad bebiendo, luchando y follando... ¡Ay, qué penita de europeos septentrionales! ¿Tenéis que esperar a moriros para aspirar a semejantes goces? Los mediterráneos ya lo disfrutamos en vida. Y luego al fenecer, si hemos sido buenos, habremos aprobado las oposiciones a funcionario en alguno de los ministerios que San Pedro tiene montados por allí arriba, o incluso de asesores, que es lo más, y descansaremos de tanto ajetreo, y si hemos sido malos entonces conseguiremos un contrato de trabajo indefinido en alguno de vuestros países... digoooo, iremos al Infierno.
Los vikingos eran unos mierdas. No, no eran unos canis. Para ser cani uno debe de haber nacido en un lugar de este planeta donde existan, al menos, dos estaciones claramente diferenciadas. Y esta peña provenía de lugares donde hay nueve meses de crudelísimo invierno y, despúes, tres de frío, nieve, alcohol, depresión y suicidio. Solamente unos tipos que arrastraran una existencia tan miserable podrían inventarse algo como el Valhalla, el Paraíso vikingo, donde vas a pasarte el resto de la eternidad bebiendo, luchando y follando... ¡Ay, qué penita de europeos septentrionales! ¿Tenéis que esperar a moriros para aspirar a semejantes goces? Los mediterráneos ya lo disfrutamos en vida. Y luego al fenecer, si hemos sido buenos, habremos aprobado las oposiciones a funcionario en alguno de los ministerios que San Pedro tiene montados por allí arriba, o incluso de asesores, que es lo más, y descansaremos de tanto ajetreo, y si hemos sido malos entonces conseguiremos un contrato de trabajo indefinido en alguno de vuestros países... digoooo, iremos al Infierno.
Además, los canis se rigen
por un código de honor, la mayoría de las veces abstruso y despreciable, que
respetan aunque les vaya la vida en ello; los vikingos, por su parte,
inventaron la socialdemocracia... Por eso los gitanos se reúnen alrededor de la
tumba de uno de los suyos, rememorando al guerrero allí enterrado, y los
escandinavos compran vodka estonio, un billete de avión barato y se vienen a
Mallorca a dar porculo, emulando un comportamiento que, en sus respectivas
democracias, sería constitutivo de delito castigado con la pena de muerte si no
la hubieran abolido tras haber agotado el cupo de apiolamientos que todo
pueblo tiene asignado por Dios. Porque no valen ni para macarras. Y a los
hechos nos remitimos: los únicos lugares que pudieron controlar hasta la
consecución de un estado territorial organizado fueron Normandía, las islas
británicas y Ucrania; motivo por el cual franceses, británicos y ucranianos,
nos caen tan mal. En los dos primeros casos porque son feos y estirados. En el
de los ucranianos, porque no son rusos de verdad sino unos malos imitadores; el mismo
motivo por el que los orcos de Mordor nos parecen guays y los de Saruman una
chusma ciclada, pagada con dinero de la C.I.A.
Entonces, ¿por qué gustan
tanto los vikingos? Bueno, en el caso del imaginario colectivo femenino,
Páramon Jístori posee una teoría original que no va a explicar aquí porque
desea seguir conservando a sus lectoras –si es que tiene alguna–; en el caso
del resto del género humano por pura y simple decadencia moral e intelectual.
Al igual que la idea que tienen ustedes de un caballero distinguido es la de
Guardiola, Florentino Pérez o Emilio Botín, y la de una dama ejemplar a Carmen
Lomana, la Duquesa de Alba o la Infanta Cristina; del mismo modo se ríen como
garrulos cuando una bestia salvaje sin duchar y sin pelar, entra de noche en un
pueblo o en un monasterio y provoca una matanza: porque ustedes se identifican
con ese animal, creyendo encontrarse seguros en el vértice de la cadena
alimentaria... ¡Ja! ¡Ilusos! ¿Sabe usted manejar un arma de fuego o un arma
blanca? ¿Estaría dispuesto a utilizarlas arbitrariamente contra un semejante
desarmado e indefenso? En caso de haber contestado negativamente a alguna de
las dos cuestiones, lamentamos informarle de que es usted uno de los que dormía
plácidamente en un jergón de paja húmeda cuando notó que sus esfínteres se
dilataban por la fuerza.
–Bueno, oiga, pero por lo menos
reconocerá que los vikingos eran unos guerreros fieros y bien adiestrados en el
arte de la guerra.
¡Un mojón! Los idolatrados
piratas escandinavos se comportaban como unas ratas traicioneras, atacando a
gente indefensa, robando lo poco que tenían para salir quemando ruedas antes de
que llegara la benemérita. ¿Acaso admira usted a los albano-kosovares que
asaltan una vivienda por la noche, repartiendo hostias como quien reparte flyers
a la puerta de un bar de copas, para llevarse el plasma, las joyas y todo el
dinero B que el honrado empresario hispano atesora en su caja fuerte? Los
vikingos se han ganado fama de diestros luchadores porque los frikis
recreacionistas tienen que justificar de alguna manera ante sus familias el
vestirse de gilipollas cada cierto tiempo, pasando penalidades en una tienda de
campaña que no es precisamente del Decathlon y con menos higiene que una herida en el ojete.
También porque estos salvajes asesinaban a las pobres gentes para meter miedo,
motivo por el cual usted siempre deja colarse en el súper a todo eslavo que
vea, porque todos sabemos que esta peña, antes de venir a España, eran de las
fuerzas especiales o del K.G.B. (obsérvese que he logrado meter a las dos agencias
de espionaje más famosas, juntas, en un artículo dedicado a los vikingos...;
todavía dudo si mi madre parió a un genio o a un enfermo peligroso).
Si te los encuentras en el LIDL, déjales pasar siempre. Una señora de Vicálvaro no lo hizo y, desde entonces, ningún repartidor le sube la bombona a casa... |
–Bueno, sí, vale; pero su
objetivo final era el de instalarse en un lugar mejor, con su familia y acabar
trabajando la tierra pacíficamente, lo cual resultó beneficioso para los
habitantes de la zona.
Ya... En fin, pues
pregunte usted por la periferia de Madrid y Barcelona, pregunte... Se
sorprenderá de que alguno incluso habría preferido que las pateras se limitasen
a asolar las costas del Estrecho, llevándose de vuelta como esclavos para sus
tierras a los perropastas y gafaflautas (ambas palabras tienen mi copyright, cuidaíto) xenofílicos que tanto alaban la
multiculturalidad, a cortijeros, capillitas y rocieros variados, a los
propietarios de los coches tuneados con sus respectivos vehículos, a un buen
puñado de chonis escandalosas y a todos los concejales de urbanismo de los municipios playeros de Huelva, Cádiz y Málaga...
Desengáñense de una vez
por todas damas y caballeros, que Páramon Jístori está aquí para ayudarles.
Para ello, tomemos como ejemplo las peripecias de estos queridos nórdicos por la
Península Ibérica.
El primer viaje low-cost
de Viking Air hacia la Península está documentado en el año 844 y fue un
auténtico tour de force etílico y parrandero. Las criaturitas del norte
tuvieron que venir en barco, ya que, después de lo del 11-S, montarla en un aeropuerto se había convertido
en una cosa muy chunga. En aquella época Volvo y Saab manufacturaban más de una
docena de drakares al día, por lo que el currito vikingo de clase media-baja,
podía costearse los saqueos de fin de semana con la parienta, los niños, el
cuñado plasta y la suegra berserker. Y como la costa occidental de Europa ya
estaba masificada de turistas suecas en bikini y moteros barrigones, la
expedición organizada por la Hermandad de Nuestra Señora Freya y Nuestro Padre
Odín de Oslo, la Real Asociación de Incursores y Damas Saqueadoras (RAIDS en
sus siglas rúnicas originales) y el sindicato de carpinteros de ribera,
patrocinados por cervezas Kryss av feltet, terminó por recalar en pleno mes de
agosto a las tres de la tarde, en las costas de Galicia.
La tragedia estaba servida porque a los noruegos, con tanto trajín por encontrar un sitio tranquilo con chiringuitos decentes y camareros que no les cantase el alerón por soleares, después de haber desayunado tarde y mal en Gijón, se les había pasado la hora del almuerzo (bueno y casi de la cena, que estos tíos del norte son muy mijitas con los horarios). Iban con la boca seca, el casco recalentao y más rojos que carabineros. De modo que el jefe de la expedición, un tal Ragnar Rodriguesson, a la tercera vez que la parienta le dijo “¿ves dónde acabamos con tu puta manía de no preguntar el camino?”, acompañado por el torpedeo moral de su señora madre política que remachaba con “300 euros en el GPS y se lo deja en Oslo. Mi Snorri, que Thor tenga en el Valhalla, con la Guía Campsa nos llevaba a todos sitios en el Seíta”, y el archiconocido mantra “papá, ¿falta mucho para empezar a matar?”; aparcó el drakar en doble fila, puso pie en tierra y se fue al primer bar que encontró abierto en la Ría de Arosa.
Kryss av feltet, orgulloso patrocinador de la Selección Noruega de Asaltantes y Piratas Vikingos. Que nunca falte en tus bodegas... |
La tragedia estaba servida porque a los noruegos, con tanto trajín por encontrar un sitio tranquilo con chiringuitos decentes y camareros que no les cantase el alerón por soleares, después de haber desayunado tarde y mal en Gijón, se les había pasado la hora del almuerzo (bueno y casi de la cena, que estos tíos del norte son muy mijitas con los horarios). Iban con la boca seca, el casco recalentao y más rojos que carabineros. De modo que el jefe de la expedición, un tal Ragnar Rodriguesson, a la tercera vez que la parienta le dijo “¿ves dónde acabamos con tu puta manía de no preguntar el camino?”, acompañado por el torpedeo moral de su señora madre política que remachaba con “300 euros en el GPS y se lo deja en Oslo. Mi Snorri, que Thor tenga en el Valhalla, con la Guía Campsa nos llevaba a todos sitios en el Seíta”, y el archiconocido mantra “papá, ¿falta mucho para empezar a matar?”; aparcó el drakar en doble fila, puso pie en tierra y se fue al primer bar que encontró abierto en la Ría de Arosa.
A los gallegos, el primer
avistamiento OVNI de su historia les pillaba iniciando el almuerzo, por lo que
las prisas de los guiris que querían que les atendieran los primeros, les sentó
fatal. Aquellos tíos armados hasta los dientes, con sandalias y calcetines, con
más peste que una abubilla y menos modales que un tertuliano de Telecinco, se
pusieron los primeros en la terracita, arrasaron –literalmente– con el lacón
con grelos y el pulpo a feira, se pimplaron barriles y más barriles de Estrella
de Galicia y esquilmaron el ribeiro de la bodega. Todo ello sin pagar y, sobre
todo, sin dar las gracias, que ya sabemos todos que los europeos del norte son
muy educaditos en sus países pero luego llegan a Resort España y hacen lo que
les sale de los huevos. La mayoría de parroquianos tomó las de Villadiego
cuando los vikingos, en un alarde de solidaridad intercomunitaria, comenzaron a
ofrecer minijobs y a llevarse licenciados por la cara; algo que supuso el
inicio del fin de la aventura noroccidental de los energúmenos escandinavos. Al
rey Ramiro I de Asturias (842-850) le habían jodido la partida de mus con los
amigotes y la posterior siesta, por lo que determinó formar un ejército
integrado principalmente por miembros de los Riazor Blues y, al grito de “¿Me
vais a joder un día de sol, cabrones?”, les plantó cara en La Coruña (sus
asesores de imagen, ante tan chusco y ordinario eslogan, coincidieron
posteriormente, en sustituirlo por el más impactante “Santiago y cierra
Eppppaña”, que tanto furor causaría entre los demócratas). Les levantó con la
grúa municipal algún que otro drakar, les hizo pagar por lo menos los cafés y
los mandó a tomar por saco al sur, recomendándoles el restaurante de un primo
suyo que hacía una cataplana cojonuda en Lisboa.
La vanguardia de Ramiro I de Asturias con el rey arrodillado, en primera fila, amenazando con el cetro de don Pelayo. |
La horda invasora causó grandes estragos durante trece días en la actual capital lusa, el tiempo que tardaron en darse cuenta de que, confundidos por los bigotes, estaban masacrando a las mujeres y violando a los hombres. El gobernador musulmán de la plaza fuerte, estuvo otros tantos tronchándose de la risa, pero convencido por sus asesores de que su actitud no favorecía en nada el bajo índice de popularidad que gozaba de cara a las primarias del partido, bajó de la alcazaba y los puso a esperar en la parada del tranvía 28 que lleva al barrio de Alfama donde, desesperados por ver que iban todos llenos, los noruegos regresaron a sus barcos y pusieron rumbo más al sur todavía.
De este modo alcanzaron Cádiz, lugar
fortificado donde unos cachondos les dijeron a los guiris que remontaran el
Guadalquivir hasta llegar a la ciudad de los “Miarma”, de los “Kiyo” o, simplemente,
Isbiliya. Ragnar Rodriguesson que
por entonces ya estaba hasta el cipote de vacaciones y soñaba con regresar a
Oslo para pescar bacalao, tomó la decisión de pasar a cuchillo a toda la
población de Coria del Río, localidad ribereña sevillana, cuando un gorrilla le rayó el drakar con unas llaves
por no querer pagarle el impuesto revolucionario. Cuando se enteró de que la Feria era en abril y habían
llegado en septiembre, de que allí no le vendían cerdo ni cerveza a partir de
las diez de la noche y de lo que costaba la zona azul en la Sevilla islámica,
enfiló para Triana con la intención de liarla parda. La ciudad, que según los
historiadores progres acogía a las tres religiones en perfecta paz y buena
vecindad, y según los nacionalmeseteños era un nido de traiciones y ultrajes
hacia los españolísimos mozárabes, languidecía abotargada por ese tiempo que
los sevillanos denominan “la caló der membrillo”, por lo que recibió estopa en
forma de auditorías contables sobre los Fondos Europeos de la Junta de Al-Andalus, mientras el gobernador pillaba el coche oficial y se refugiaba en
Carmona. Allí perecieron judíos, musulmanes y cristianos por igual, ya fuera
abrazaditos unos a otros o apuntando con el dedo y diciendo “cárgate al puto
judío/moro/cristiano primero”. Una vez más tranquilo, después de comprobar que
el dinero de los industriosos vecinos comunitarios no estaba siendo malgastado
en chanchullos no autorizados por Bruselas, Ragnar Rodriguesson, admirador de Jimmie Åkesson y Timo Soini, asentó sus
reales en Tablada, junto a las chabolas de los gitanos rumanos, les compró
alcohol y hielo a los chinos y dio comienzo a una larga tradición de
macrobotellonas en la capital hispalense. El arraigado
culto a las divinidades agrícolas en el valle del Betis, es la causa
principal de que se coloquen en femenino multitud de vocablos. Así, no
sólo tenemos botellona (en lugar de botellón), sino litrona, maricona o
mamona...
Macrobotellona de 1044 en Isbiliya, con motivo del bicentenario de la primera, organizada en España por Ragnar Rodriguesson, de la que no quedan imágenes. En primer plano un guardia de la taifa. |
El alcalde de la época,
que era del PSOE, les dejó hacer lo que les saliera del ciruelo porque no
quería que sus socios de IU le tacharan de facha autoritario y racista por
tratar de emplear medidas drásticas contra unos pobres inmigrantes y por no
dejar divertirse a la chavalería. De esta forma, la única actuación que llevó a cabo fue enviarles a los locales para que, por favor, les pidiera que bajaran
el volumen de los Alpine, para que comprobaran el DNI de los que vendían grifa
y para que, en colaboración con la Guardia Civil de Alá, montaran un
dispositivo en las principales salidas del botellódromo. To pa mierda, como
conocen de sobra los honestos ciudadanos que, hoy día, han de sufrir en sus
carnes a los niñatos que se emborrachan en estas macro-orgías que nada tienen
que ver con la sana costumbre de embriagarse dignamente en una tasca, ¡joder,
ya con el puto Felipe González y el país de vagos y maleantes que nos legaron
los sociatas, coño!... Esto, ejem… ¿por dónde iba?... Ah, sí. El rey Abderramán
II (822-852), que era muy campechano él, se apiadó de los hispalense y envió desde
Córdoba a la U.I.P. al mando del general maño Musa ibn Musa ibn Qasi, que se
dedicó a hostiar vikingos como si estuviera en la previa a un derbi Real
Madrid-Atlético. A los pocos que no huyeron o resultaron muertos, les obligó a
instalarse en Isla Mayor y sacarse un título de Formación Profesional, que
después aprovecharon para montar una cooperativa quesera, motivo por el cual
actualmente Sevilla tiene uno de los quesos de cabra más caros y asquerosos de
toda España.
Ragnar Rodriguesson retornó a su Oslo natal, se divorció de su mujer, enroló a su suegra en un petrolero y se juró a sí mismo que esperaría a la jubilación para volver a España, comprarse una casita en Mijas y disfrutar más calmadamente del Mediterráneo.
La foto de Northumbria la has clavado! :-)
ResponderEliminarMás o menos debió de quedar así... =)
EliminarYa lo estábamos echando de menos :)
ResponderEliminarLes estoy malacostumbrando... Cualquier día me da la crisis creativa y se me amotinarán... :P
EliminarGenial, brillante! me meo toa!
ResponderEliminar¡Gracias, señor o señora anónimo! Está usted en su casa.
EliminarCachondísimo, pero sepa usted que ha entrado en la lista de enemigos juramentados de los friki-fans de Amon Amarth y todo aquel que porte un mojónmil como colgante y/o llavero.
ResponderEliminarTodos ellos deben aparcar sus complejos y reconocer al cani que llevan dentro si quieren triunfar como guerreros. De lo contrario quedarán condenados, de por vida, a escuchar jebi gutural-mojonero, a sublimar inexistentes batallitas en tableros de rol y a permitir que sean sus friki-novias las que aporten los gametos masculinos en cada cópula...
EliminarLa vanguardia de Dario I, Joao Solo, las tres culturas...vomita usted creatividad y mala leche a partes iguales, maese. Y éste de los vikingos merece una segunda "rabe" que apacigüe el subidón de leerle.
ResponderEliminarLa caña, quiero decir.
La Historia nunca es amable, colleguita. Y yo soy un mero bardo...
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